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El Llamado de la Selva

 

    Ad portas de cumplir los veinti---- años, me llegó el bajonazo reflexivo y la mirada retrospectiva y trascendentalista -pa los que no cacharon, quiero decir que me dio la hueá- y este año caí en cuenta de la cantidad de amigos y compañeros de generación que están decidiendo tener hijos.

 

      Mucho antes estuvieron los que tuvieron críos de chiripa y tuvieron que crecer a la fuerza, después los que se enfrascaron en relaciones serias y que amaron, los que se casaron, los que se fueron a vivir juntos y exactamente ahora, resulta que todos quieren tener hijos planificados, algunos primerizos y otros, los que tuvieron antes de chiripa, van por la segunda vuelta. Con la misma vertiginosidad me he visto sentada en baby showers, en fiestas de compromiso, en matrimonios y últimamente en cumpleaños de cabro shigo ajeno, entremedio de chispops y cornetas (no, no de esas).

 

     El síndrome de Bridget Jones recobra fuerza entonces cuando te das cuenta de que, a diferencia de gran parte de tus amigos, no has escuchado el Llamado de la Selva para madurar, pa' sentar cabeza. Y en volá estoy sorda pero no he escuchado nunca ninguno: ni el de tener pareja, ni el de comprometerme y mucho menos el de tener críos. Mi mamá a menudo me comenta que le encantaría tener nietos y mi respuesta no ha variado demasiado en los ultimos años: "Mi hermano aún es chico, no lo presiones", descartándome de inmediato como opción. No me imagino como mamá, ni como esposa, ni como nada en verdad. Siempre he sido una partícula de polvo suspendida en el aire y creo que la cosa no será muy distinta en lo que me espera, pero no me decepciona: como partícula puedo ir donde yo quiera, cuando quiera, puedo ver lo que hay más allá, dedicarme a pulular por todo el mundo conocido. No hay prisa, no hay demasiados riesgos, no hay nada qué perder.

 

 

     Lo malo y lo que finalmente #odio, es que los sordos al final nos vamos quedando aparte. Los papás y los casados hacen sus propios círculos con más papás y más casados y salen a comer con sus pergenios al Mc Donald's o al Chuckie Cheese y van en citas múltiples al karaoke. Y nunca más los vuelvo a ver. Los sordos quedamos como un montón de quiltros que no nos atrevemos a cruzar la calle, allá, del otro lado de la avenida.

 

     Finalmente, algo es indudable y es que, como bien dice un amigo, cuando te llega la hora no podís hacerte el hueón; podís ser hueón a veces, pero no podís fingir siempre.

 

     Aunque, quizás es mejor simplemente ser hueón(a).

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