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Moretones, recuerdos de la maldá

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

             Como decíamos en la U: “Las cosas pasan por 3 cosas: por weón, por caliente o por curao”. Depende de la situación, uno puede caer en una, dos o incluso las tres (ahí te pasaste).

            No sé ustedes, pero soy de esas personas que al chocar con algo le sale de inmediato un moretón. Tengo la piel sensible ya. Una vez un compañero me enterró un dedo en el brazo y al rato ya tenía morado. Pero eso no es tan terrible, luego de unos días se pasa. Lo vergonzoso viene cuando después de tener algún encontrón calentón -a veces no tan delicadamente- salen moretones monstruos. Porque no son pequeñitos, morados y kawaii, pueden ser a veces grandes como una palma de mano y tener distintas gradaciones de colores verdes, morados, rojos… Y claro, dependiendo del lugar y su visibilidad vienen las excusas que una trata de decir muy seria y sin parecer sospechosa: “¿Esto? Me pegué con la bici”, “choqué con un mueble”, “me caí”, “me pellizqué sin querer”, “mi perro venía corriendo y chocó conmigo”. Menos mal ahora hace un poco más de frío y se pueden ocultar con capas de ropa. Si no, ¿cómo explicaría mi amiga el moretón sospechoso que se encuentra al final de su cuello?

           Ayayay, ¿por qué a mí? Pa peor estas tonteras mientras más grandes, más perduran. Los últimos que tuve me duraron UN MES!! CTM!! UN MES!! Vi toda la rosa cromática pasar por mi muslo interior, debí hacer un time lapse con tan bella imagen (?). Cada vez que los veía recordaba por qué estaban ahí y mi consciencia me decía: “Me lo merezco, para que nunca más”. Pero el subconsciente murmuraba: “Sí, claro”. 

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